jueves, 4 de junio de 2009

¿Quién teme a la Asamblea General de las Naciones Unidas?

La ‘Conferencia al más alto nivel sobre la crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo’, cuya celebración estaba prevista para los días 1, 2 y 3 de junio ha sido aplazada para los días 24, 25 y 26 de este mismo mes. De las razones aducidas para el aplazamiento, reuniones internacionales de alto nivel y otras (¿elecciones al Parlamento europeo?), la más plausible y preocupante es, a mi entender, la disconformidad de los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea con el borrador que debería servir como documento de debate para la Declaración final de la Conferencia.

¿Disconformidad, por qué? Sin duda, porque el documento que se propone para la Declaración final de la Conferencia supone dar a la Asamblea General de las Naciones Unidas, que no a su Consejo de Seguridad, un protagonismo, una responsabilidad y, en último extremo, una capacidad de intervención sobre los asuntos económicos globales que los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea no están dispuestos a aceptar, de buen grado, bajo ningún concepto.

Y es comprensible. Baste con un simple botón de muestra. Entre los importantes organismos que el documento de la Asamblea General de la ONU propone crear está, por ejemplo, un Consejo Coordinador Económico Mundial. ¿Cómo suena esto? Sí, como un poder de las Naciones Unidas con capacidad, como su nombre indica, para coordinar las distintas economías del planeta. Como un órgano cuya función coordinadora tomaría en consideración los intereses y las propuestas de los 192 estados -G-192-, que componen la ONU. Una especie de OMS de la economía que velaría por la salud general del sistema.

Es el siglo XXI que ha comenzado, pero los gobiernos de Estados Unidos y de la Unión Europea no se dan por enterados. Acostumbrados a guisárselo y comérselo solos en el G-7 y G-8 primero y, como una cesión inevitable, en el G-20, después, se resisten a compartir la gobernación económica del mundo con los medianos y pequeños países que constituyen la mayoria en la Asamblea General.

¿Es una idea descabellada que la ONU, en bloque, trate de poner orden en el desordenado sistema financiero y económico mundial? ¿Está más capacitado o legitimado el G-20? ¿Acaso los Jefes de Estado y de Gobierno de los países del G-20 están dispuestos a velar por los intereses de las decenas de países a los que han excluido? ¿Es Barack Obama el presidente de los Estados Unidos del mundo o, tan sólo, de los Estados Unidos de América y es a ellos a quién debe su lealtad?

Es evidente, únicamente la ONU puede velar por los intereses de la totalidad. Es en la ONU, en su Asamblea General, donde realmente se están abordando los grandes problemas de la humanidad. El cambio climático, para el que las Naciones Unidas acordaron en las Cumbres de la Tierra medidas de lucha, en el Protocolo de Kioto y en sucesivas Conferencias internacionales, donde sólo están ausentes aquellos países que se autoexcluyen. La lucha contra el hambre, la pobreza y otras injusticias sociales a partir de la Declaración del Milenio y de la persecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio para el año 2015. La lucha contra el genocidio, los crimenes de guerra y de lesa humanidad, violaciones extremas de los derechos humanos, por medio de la creación de la Corte Penal Internacional.

En suma, con todas sus insuficiencias, defectos y miserias la ONU, su Asamblea General, sobre todo, es el marco político más adecuado para afrontar los problemas de un mundo globalizado. De la ONU han surgido organismos prestigiosos que suscitan el respeto del conjunto o de la mayoría de la comunidad internacional y de la opinión pública mundial. Son los casos, por ejemplo, de la UNESCO que, entre otras cosas, otorga,con universal reconocimiento, los títulos de “Patrimonio de la humanidad” o de “Reservas de la Biosfera”, o de la OMS, recientemente galardonada con el Premio Príncipe de Asturias, a quién prácticamente se la distingue como la máxima autoridad internacional en asuntos referidos a la lucha contra las enfermedades y en la defensa de la salud del conjunto de la población mundial.

Confiar a la Asamblea General de la ONU, más que al G-8 o al G-20, la tarea de diseñar una nueva arquitectura financiera y económica mundial es lo más sensato y conveniente para los intereses del conjunto de la humanidad. Apostemos, pues, por el éxito de la “Conferencia al más alto nivel sobre la crisis financiera y económica y su impacto sobre el desarrollo”, es mucho lo que nos jugamos.

Francisco Morote - ATTAC Canarias

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