lunes, 7 de octubre de 2013

Tecnología y control

Las revelaciones de Wikileaks y especialmente las de Snowden han puesto de manifiesto lo que antes podía intuirse: que el uso masivo de internet está siendo utilizado por los grandes estados (y también las grandes empresas) para desarrollar nuevas formas de espionaje y control social antes impensables. La sorpresa ha impactado especialmente a la inmensa masa de personas que se habían creído que los nuevos medios de comunicación abrían la puerta a un mundo dominado por comunicaciones horizontales. Una visión utópica de las nuevas tecnologías que convertía a los multimillonarios promotores de Apple, Facebook, Google, Twitter en precusores de un nuevo orden social más libre. Ahora sabemos que estas empresas son idénticas a las grandes corporaciones de toda la vida: abusan de su poder de mercado, tratan de eludir derechos sociales cuando pueden, evaden impuestos, colaboran con el poder político y utilizan la información que les proporcionamos gratuitamente para favorecer la manipulación social de gobiernos y clientes.

La cultura postmoderna en la que se introdujeron las nuevas tics se caracteriza por su ausencia de memoria. Todo es nuevo y sin historia. De aquí la ingenuidad y el desconcierto. Si en cambio realizamos una somera lectura de la historia del capitalismo, fácilmente descubrimos que la cuestión del control humano ha sido uno de los componentes esenciales del cambio tecnológico y organizativo. Lo han explicado muy bien decenas de estudiosos críticos del cambio tecnológico desde Marx en adelante. La fábrica moderna fue sobre todo un medio de control del comportamiento humano asociado al poder del capital sobre el espacio y el reloj. Toda la historia de la mecanización ha tenido entre uno de sus componentes esenciales el de reducir la discrecionalidad de la acción humana, el de hacerla predecible, el de permitir su supervisión (una máquina parada, una luz encedida permite reconocer que alguien no esta haciendo su faena), el de influir sobre el ritmo de trabajo, el de condicionar las relaciones sociales entre iguales... Vale la pena releer toda la literatura crítica sobre la organización del trabajo, los Braverman, Marglin, Coriat, etc., para pensar el proceso actual. De la misma forma que vale la pena releer el David Noble de El diseño de EE.UU. (Ministerio de Trabajo y la Seguridad Social, 1988) para conocer la estrecha relación que ha existido históricamente entre las grandes empresas, los centros académicos de innovación y el poder político (particularmente el militar).

Si algo tienen las nuevas tic es precisamente potencial de control. Han sido las tecnologías esenciales para promover la externalización y globalización de las estructuras económicas. Para posibilitar el control a distancia de trabajadores aislados. Para facilitar el movimiento de todo el flujo de dinero especulativo. Y no podía esperarse que fuera utilizado como un elaborado mecanismo de control político y social.

Un control directo en forma de conocimiento preciso de las relaciones personales de cada cual, de sus movimientos en el espacio. Y un control cultural en forma de entretenimiento masivo, de una nueva oleada de ocio digital en formas diversas de videojuegos, chats, descargas, comunicación instantánea… que mantienen entretenida a una inmensa masa de población y hasta le genera la sensación de participación con una trivial acción en la red. Una acción que además posibilita a los poderes nuevos mecanismos de conocimiento y control social. Hace unos años, en la fase de lanzamiento de las nuevas tic, se hablaba de la “brecha digital”, de la diferenciación entre los que sabían y los que no sabían utilizar la red. Una vez se trataba de un debate hasta cierto punto ficticio, la propia expansión del negocio ha conllevado una mayor facilidad de acceso y una enorme difusión social de los conocimientos básicos del uso de las tic. El problema social no es el analfabetismo en el uso de internet o la compleja telefonía movil, el peligro está en que para millones de personas se convierta, a la vez, en un medio para control externo y en una forma de ocupación inocua del tiempo.

Todas las innovaciones tecnológicas han tenido sus resistencias, sus respuestas sociales. Es hora de perder de vista la visión ingenua de las tic y empezar a pensar qué hay que hacer para soslayar la amenaza cierta de control social directo e indirecto que conlleva su desarrollo.

Albert Recio Andreu
Mientras Tanto

Albert Recio Andreu
Albert Recio Andreu
Las revelaciones de Wikileaks y especialmente las de Snowden han puesto de manifiesto lo que antes podía intuirse: que el uso masivo de internet está siendo utilizado por los grandes estados (y también las grandes empresas) para desarrollar nuevas formas de espionaje y control social antes impensables. La sorpresa ha impactado especialmente a la inmensa masa de personas que se habían creído que los nuevos medios de comunicación abrían la puerta a un mundo dominado por comunicaciones horizontales. Una visión utópica de las nuevas tecnologías que convertía a los multimillonarios promotores de Apple, Facebook, Google, Twitter en precusores de un nuevo orden social más libre. Ahora sabemos que estas empresas son idénticas a las grandes corporaciones de toda la vida: abusan de su poder de mercado, tratan de eludir derechos sociales cuando pueden, evaden impuestos, colaboran con el poder político y utilizan la información que les proporcionamos gratuitamente para favorecer la manipulación social de gobiernos y clientes.
La cultura postmoderna en la que se introdujeron las nuevas tics se caracteriza por su ausencia de memoria. Todo es nuevo y sin historia. De aquí la ingenuidad y el desconcierto. Si en cambio realizamos una somera lectura de la historia del capitalismo, fácilmente descubrimos que la cuestión del control humano ha sido uno de los componentes esenciales del cambio tecnológico y organizativo. Lo han explicado muy bien decenas de estudiosos críticos del cambio tecnológico desde Marx en adelante. La fábrica moderna fue sobre todo un medio de control del comportamiento humano asociado al poder del capital sobre el espacio y el reloj. Toda la historia de la mecanización ha tenido entre uno de sus componentes esenciales el de reducir la discrecionalidad de la acción humana, el de hacerla predecible, el de permitir su supervisión (una máquina parada, una luz encedida permite reconocer que alguien no esta haciendo su faena), el de influir sobre el ritmo de trabajo, el de condicionar las relaciones sociales entre iguales... Vale la pena releer toda la literatura crítica sobre la organización del trabajo, los Braverman, Marglin, Coriat, etc., para pensar el proceso actual. De la misma forma que vale la pena releer el David Noble de El diseño de EE.UU. (Ministerio de Trabajo y la Seguridad Social, 1988) para conocer la estrecha relación que ha existido históricamente entre las grandes empresas, los centros académicos de innovación y el poder político (particularmente el militar).
Si algo tienen las nuevas tic es precisamente potencial de control. Han sido las tecnologías esenciales para promover la externalización y globalización de las estructuras económicas. Para posibilitar el control a distancia de trabajadores aislados. Para facilitar el movimiento de todo el flujo de dinero especulativo. Y no podía esperarse que fuera utilizado como un elaborado mecanismo de control político y social.
Un control directo en forma de conocimiento preciso de las relaciones personales de cada cual, de sus movimientos en el espacio. Y un control cultural en forma de entretenimiento masivo, de una nueva oleada de ocio digital en formas diversas de videojuegos, chats, descargas, comunicación instantánea… que mantienen entretenida a una inmensa masa de población y hasta le genera la sensación de participación con una trivial acción en la red. Una acción que además posibilita a los poderes nuevos mecanismos de conocimiento y control social. Hace unos años, en la fase de lanzamiento de las nuevas tic, se hablaba de la “brecha digital”, de la diferenciación entre los que sabían y los que no sabían utilizar la red. Una vez se trataba de un debate hasta cierto punto ficticio, la propia expansión del negocio ha conllevado una mayor facilidad de acceso y una enorme difusión social de los conocimientos básicos del uso de las tic. El problema social no es el analfabetismo en el uso de internet o la compleja telefonía movil, el peligro está en que para millones de personas se convierta, a la vez, en un medio para control externo y en una forma de ocupación inocua del tiempo.
Todas las innovaciones tecnológicas han tenido sus resistencias, sus respuestas sociales. Es hora de perder de vista la visión ingenua de las tic y empezar a pensar qué hay que hacer para soslayar la amenaza cierta de control social directo e indirecto que conlleva su desarrollo.
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