
En gran medida ello forma parte
del éxito de la derecha en marcar un estrecho territorio de juego institucional
que no admite reformas serias. Una buena parte de la izquierda política y
social se ha dejado atrapar en este espacio y con ello ha perdido toda
credibilidad alternativa. No sólo los partidos socialdemócratas y/o verdes,
también muchas de las organizaciones sindicales desarrollan unas prácticas y un
discurso en un marco de juego en el que la derecha y el capital tienen todas
las cartas marcadas. Cómo se ha llegado a ello es una cuestión compleja y que
merece reflexión. Mi intuición es que ha sido el resultado de una combinación
de diversos procesos que van desde el soborno y la amenaza del poder hasta un
proceso de aculturación provocado en el ámbito académico (donde se forman
muchos de los cuadros dirigentes) y la propia deriva de las lógicas
burocráticas. En todo caso, el punto de llegada son organizaciones colonizadas
culturalmente por la derecha, incapaces de adoptar propuestas y prácticas de
ruptura, aisladas de las bases sociales que las deberían alimentar.
Pero si ésta es una situación
harto conocida de la izquierda institucional, tampoco los sectores alternativos
han conseguido cambiar sustancialmente la situación. Una parte de esta
izquierda, la que se sigue reclamando de la tradición comunista, no ha podido
hallar respuesta ni superar el fracaso soviético. Sin pensar una propuesta que
incluya algún proyecto de gestión económica eficiente, social y ambientalmente,
de respeto a los individuos, de democracia real y de ausencia de burocratismo y
autoritarismo, es imposible que algo alternativo pueda tener atractivo. Una
parte de esta izquierda sigue siendo demasiado nostálgica de un pasado no
glorioso, demasiado esperanzada con cualquier lider carismático, demasiado
quisquillosa en recordar las verdades de su catecismo (las críticas al
capitalismo son a menudo certeras pero no hace falta restregar que “ya lo
sabíamos”), demasiado preocupada de liderar como para atraer a nuevas
generaciones de activistas. Y los nuevos movimientos sociales de los últimos
tiempos están demasiado absorbidos por sus propios descubrimientos, demasiado
dependientes de ofrecer recetas particulares que parecen respuestas simplistas
a cuestiones complejas (como pretender resolver el paro con el reparto de
trabajo, la desigualdad con la renta universal o la participación democrática
con el referendum electrónico) y carecen de reflexión sobre cómo construir
dinámicas sociales para que hoy por hoy puedan representar, cuando menos, un
reto serio al orden social. Algo que no desmerece en todo caso que muchas de
sus aportaciones y su renovado activismo constituyen en todo caso una inflexión
básica.
Y mientras predomina esta
inanidad, el capitalismo, las élites sociales, agudizan todos los males
sociales, desmoronan derechos y refuerzan las tendencias destructivas que
llevan a la gente al desastre. Pensar y actuar para reconstruir una alternativa
es un deber moral, una necesidad existencial de todas las personas que pensamos
que los males actuales, los que padecemos ahora, los que muchas personas en
otros países llevan padeciendo, no son una situación normal sino el resultado
de un proceso perverso del que la humanidad aún no ha sabido salir. Y este
deber y esta necesidad exigen realismo, generosidad, amplitud de miras,
paciencia y constancia para construir algo nuevo, necesario, urgente. Hacen
falta activistas, pensadores, cooperantes, interlocutores. Sobran gurús,
burócratas, trepas, inquisidores y parásitos. Todos y todas tenemos algo de
cada parte, es urgente encontrar los mecanismos para que se imponga el lado
positivo, creativo.
Joan Busca
Mientras Tanto
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