No será este un plácido y melancólico
otoño cualquiera. El ambiente está tan denso que parece que pueda
cortarse con un cuchillo. Más pobreza, más paro, más hambre, más
recortes, más desahucios… son las consecuencias para millones de
personas de la “salida” a la crisis por la que apuesta el Gobierno de
Mariano Rajoy. Más indignación, más malestar y más desobediencia es la
respuesta en la calle.
Hay, sin embargo, una situación social
contradictoria. El potencial de lucha es más fuerte que nunca y la salsa
puede cuajar en cualquier momento en forma de una nueva oleada de
movilizaciones, otra nueva sacudida social. Aunque al mismo tiempo,
pesan las tendencias a la fragmentación y a la dispersión. Campañas y
movimientos sociales adolecen de poca capacidad de iniciativa.
Las élites económicas y políticas, por
su parte, frente a una crisis económica, social, política, ecológica sin
precedentes, han optado por apretar el acelerador. Y al mismo ritmo que
la prima de riesgo sube, los recortes se intensifican y llegar a final
de mes se convierte en “misión imposible” para miles de familias,
especialmente en la periferia de la Unión Europea. La crisis clarifica
las cosas. Las cortinas de humo se esfuman. Al capitalismo se le ha
caído la careta.
Consignas del movimiento del 15M como
“esto no es una crisis es una estafa”, “nos somos mercancías en manos de
políticos y banqueros”, “no debemos no pagamos”… se han extendido
socialmente ante la profundidad de la crisis, la impunidad de quienes
nos han conducido hasta aquí y la connivencia política con la que
cuentan.
Se expande cada vez más una conciencia
anticapitalista difusa, todavía frágil. Hemos visto gritar en las plazas
y en las manifestaciones: “Hoy empieza la revolución” o “No es la
crisis, es el capitalismo”. Y el desafío reside en llenar colectivamente
de contenido programático y estratégico este malestar social e
indignado. Ser capaces de dibujar poco a poco un esbozo de proyecto
alternativo de sociedad y de cómo alcanzarlo y profundizar así el
alcance y la consistencia del rechazo creciente al mundo actual.
De lo legal y lo legítimo
La intensificación de la crisis, junto
con la dificultad para conseguir victorias concretas, ha empujado a una
creciente radicalización. Desde la emergencia del 15M, la ocupación de
plazas, de viviendas vacías, de bancos e incluso de supermercados se ha
convertido en una práctica frecuente. Y lo más importante: estas
acciones han contado con un importante apoyo social. La desobediencia
civil ha empezado a recuperar el espacio público. Y es que frente a
leyes y prácticas injustas, la única opción es desobedecer.
Ocupar una vivienda es considerado
ilegal pero en un país donde cada día se desahucian a 517 familias,
mientras se calcula que hay entre tres y seis millones de pisos vacíos,
tal vez sea ilegal pero es de una legitimidad absoluta. Entrar en un
supermercado como Mercadona y llevarse sin pagar nuevo carros de la
compra con alimentos básicos para dárselos a quienes más lo necesitan,
como hicieron los militantes del Sindicato Andaluz de Trabajadores
(SAT), puede ser ilegal, pero lo que debería ser “delito” es que más de
un millón de personas pasen hambre en el Estado español cuando los
supermercados tiran diariamente toneladas de comida y que empresarios
como Juan Roig, propietario de Mercadona, amasen una de las principales
fortunas del país pagando precios de miseria al campesinado y explotando
los derechos laborales.
Por el contrario, cuantas prácticas de
la banca son legales (la estafa de las preferentes, especular con la
vivienda, dejar a familias en la calle e hipotecadas de por vida, etc.)
pero profundamente ilegítimas. Y deberían ser estos banqueros, y los
políticos que les apoyan, quienes dieran explicaciones frente a los
tribunales por dichas prácticas. En el mundo al revés donde vivimos: en
la cárcel los pobres y en la calle los ricos. Afortunadamente cada vez
más gente empieza a ser consciente de ello.
Tijeras vs porras
Y ante a este aumento de la respuesta
social en la calle, parcialmente, el miedo ha empezado a cambiar de
bando. De aquí la escalada represiva contra quienes luchan con el
objetivo de acallar la protesta y separar al núcleo duro de los
activistas de la opinión pública en general. Aunque dicha estrategia les
está resultando más difícil de lo que esperaban, debido a la
profundidad de la crisis, la deslegitimación del gobierno y el
importante apoyo con el que cuenta la movilización social.
Multas por un total de seis mil euros
para los estudiantes de la Primavera Valenciana, más de cien personas
detenidas en Catalunya desde la huelga general del 29 de marzo, apertura
por parte del gobierno catalán de una página web para delatar a
manifestantes, sanciones de más de 300 euros por protestar contra las
preferentes, dos jóvenes pierden un ojo por el uso de pelotas de goma en
la manifestación de la huelga general en Barcelona. Suma y sigue.
Esta es la otra cara de los recortes, la
otra cara de las tijeras, es la cara de la represión y la violencia del
Estado. Se repite la receta: a menor estado social mayor estado penal.
La latinoamericanización de la periferia europea no sólo se da a nivel
económico sino, también, a nivel punitivo. Aunque tomemos nota: la
represión es, a la vez, un símbolo de debilidad de quienes nos
gobiernan, que al no poder aplicar sus políticas por “las buenas” las
acaban aplicando por “las malas”. La maquinaria de la austeridad arrasa
con todo lo que encuentra, pero es un gigante con pies de barro. Un
cartel en un centro social decía: “cuando los de abajo se mueven los de
arriba se tambalean”. Así es.
Bye bye matrix
Y despertamos de Matrix. Nos intentaron
hacer cómplices cuando no culpables de esta situación de crisis, nos
dijeron, por activa y por pasiva, que habíamos “vivido por encima de
nuestras posibilidades”.Y el discurso caló. Mentira. Quién durante años
ha vivido por encima de sus posibilidades ha sido el capital financiero y
especulativo que hizo negocio con el territorio y la vivienda
(aeropuertos sin aviones, infraestructuras faraónicas vacías, millones
de pisos sin utilizar…), que regaló crédito fácil a miles de familias.
Son estos quienes ahora tienen que pagar por la crisis que han creado,
sus responsables.
Mantras repetidos una y otra vez como
“la deuda se paga o se paga” empiezan a resquebrajarse. ¿A quiénes
beneficia esta deuda? ¿Quién la contrajo? ¿Para qué? ¿Quién debe
pagarla? Son preguntas que el movimiento indignado ha colocado encima de
la palestra. El pago de la deuda implica una transferencia sistemática
de recursos de lo público a lo privado y en su nombre se llevan a cabo
privatizaciones, recortes, ajustes y, en definitiva, se transfiere el
coste de la crisis a la mayor parte de la población. La deuda pública
aumenta, en buena medida, porqué se opta por salvar a los bancos
(Catalunya Caixa, Banco de Valencia, NovaCaixaGalicia…) en vez de salvar
a las personas. Se socializaron las pérdidas con el dinero de todos. La
estafa de la crisis se ha convertido en una realidad para muchas
personas. Y éste es el primer paso para cambiar las cosas. Abrir los
ojos al Matrix cotidiano que no nos deja ver la realidad y despertar de
la prisión virtual que es la ideología del capital.
Esther Vivas
El Librepensador
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