Se habla muchísimo de la crisis en los medios pero realmente se explica
poco o nada. Quizá por esta razón en los últimos años el Seminario de
Economía Crítica Taifa se ha convertido en un colectivo de formación de
referencia para los movimientos sociales, especialmente en su casa
principal, Catalunya. En este artículo, Elena Idoate,
investigadora militante y coautora de muchos estudios del Seminario, nos
ofrece un análisis integral y a fondo de la crisis en el Estado
español. Examina las raíces de la crisis, su evolución hasta ahora y las
trampas mortales que nos tienden los sirvientes políticos leales al
capitalismo –un sistema históricamente muerto pero que sigue matando y
más. Sin embargo, Idoate acaba celebrando que “la situación límite” que
se está creando también hace posible la confluencia de luchas que abre
una posible salida a la crisis.
Nos encontramos en el ojo del huracán de
la crisis, donde está golpeando con más fuerza, para desestabilizar los
mercados financieros internacionales y sacudir las posibilidades de
recomposición del capitalismo. Rajoy anuncia, entre aplausos en el
Congreso, el recorte más bestia de la historia, mientras la policía
reprime la marcha minera en Madrid con balas de goma. Las cuestiones
bancarias y de la deuda son temas de primer orden, ya que el pago de las
pensiones, los hospitales, las escuelas, el paro y las ayudas dependen
de que en el corto plazo se resuelvan mecanismos de financiación. Pero
el conflicto social y el cierre de los mercados financieros, con fuga de
capitales incluida, tienen que ver con cuestiones que van más allá.
Capitalismo zombie
Considerar un éxito el crecimiento de la economía española durante la época de bonanza ha sido un error de gran responsabilidad. Los entusiastas del neoliberalismo habían admirado el proceso de liberalización e internacionalización, la reducción de la tasa de paro y el récord de las inversiones en infraestructuras. Pero el motor del crecimiento era otro, el sector inmobiliario, donde el capital encontraba beneficios muy rápidamente. A medida que los precios de los pisos y los terrenos subían aparentemente sin límite, las inversiones abandonaban cualquier otro sector productivo. Y cuando pinchó la burbuja inmobiliaria, el panorama desolador: la estructura productiva está casi desértica.
Los capitales que desatendían los
sectores productivos porque no ofrecían un negocio bastante suculento
escaparon –también hacia el mundo de las finanzas, globalizadas y
desreguladas. El circuito corto del dinero que consigue más dinero, sin
pasar por la producción. Por otro lado, una inmensa cantidad de dinero
que las economías exportadoras de Europa obtenían por sus ventas a
economías importadoras, como la española y la catalana, era reciclada en
los mercados financieros de las mismas. Los bancos y cajas canalizaron
estos préstamos hacia la burbuja inmobiliaria. La riqueza tomó forma de
inmuebles, fondos de pensiones y de inversión, de bancos, sociedades
financieras, títulos, derivados, etc.
De 1994 a 2007, el valor de las acciones y
el patrimonio empresarial se incrementó un 469%, el patrimonio
inmobiliario un 284% y los activos financieros un 210%. El salario medio
sólo un 1,9%1. El valor ficticio de esta riqueza se
multiplicaba por la simple cotización al alza de los precios. Y luego
ese dinero se prestaba a la economía real, comportando una succión
parasitaria de una proporción muy importante de la renta creada en el
ámbito productivo, que tuvo lugar en el pasado pero, sobre todo, que
debía darse en el futuro.
Salarios y plusvalías están comprometidos
con un endeudamiento por un importe irreal y desproporcionado. La
economía española debe 4 veces lo que produce durante un año. Pero la
morosidad se dispara y los precios de los inmuebles no se pueden ni
cuantificar porque el mercado inmobiliario se encuentra colapsado. El
capital, pues, ha quedado atrapado en una forma de hacer riqueza que ya
no funciona. Este desbarajuste es muy complejo de deshacer y las
pérdidas de las cajas son una bomba de relojería, preparada para hacer
estallar el sistema bancario. Los cálculos de las necesidades de
capitalización de la banca española no están nada claros, pero ilustran
la magnitud del problema: diferentes informes indican que carecen de
entre 40.000 y 84.000 millones de euros.
Los servicios públicos, no precisamente
generosos, se han sustentado con una fiscalidad muy favorable a las
grandes riquezas y los beneficios del capital que se nutría de las
rentas salariales, ahora en retroceso, y los desaparecidos rendimientos
de la actividad inmobiliaria. Los ingresos de las administraciones no se
corresponden al nivel de riqueza de la sociedad, porque se basaban en
algo ficticio y porque excluyen, o gravan muy poco, a los sectores que
concentran los recursos.
El déficit público español se dispara (en
2007, el superávit conjunto de todos los niveles de administración era
del 1,9% del PIB, y en 2011 el déficit fue del 8,5%), no porque el nivel
de gasto público esté por encima de nuestras posibilidades. El Estado
ha socializado las pérdidas bancarias con unos avales, compra de activos
y recapitalizaciones que al menos han supuesto el 10% del PIB. Se
disparan las alarmas de la prima de riesgo porque no se puede hacer
frente al inmenso agujero de la banca. No poder conseguir crédito si no
es a precios estratosféricos expulsa la economía y las administraciones
de la financiación de los mercados y las empuja a la asistencia de la
Troika.
La economía en caída libre
Si las finanzas son el árbol que no nos deja ver el bosque2,
sólo con un enfoque desde la economía productiva se puede llegar a un
buen diagnóstico. La destrucción del capital productivo está reduciendo
la producción, las rentas salariales y el consumo y, de esta manera, la
solvencia de los bancos y el saldo fiscal público. La crisis financiera
de la zona euro es la expresión de la crisis económica mundial. No sólo
por el resultado de unos desequilibrios generados porque últimamente el
modelo económico hizo una huida hacia delante muy arriesgada. Debemos
entender la etapa actual en el marco de la larga trayectoria del
desarrollo capitalista.
Para superar los límites que obstaculizan
el crecimiento de la producción y los ámbitos de actuación, el capital
encuentra distintas soluciones. Desde los 80, ha sido la
internacionalización del capital a escala mundial. La globalización
permitió la producción de mercancías incrementada por las
transformaciones tecnológicas y los incrementos de la productividad del
trabajo porque se conquistaron nuevos mercados, se impulsaron las
reorganizaciones y racionalizaciones de la producción para reducir
puestos de trabajo e imponer rebajas salariales, y se colocaron los
capitales productivos ociosos en nuevos espacios. Aunque las ganancias
crecieran coyunturalmente, eran del todo insuficientes para rentabilizar
las enormes cantidades de capital que ponían en marcha3. La
sobreproducción acosa la economía mundial y la crisis estalla en una
secuencia bien conocida: el capitalismo extrema su beligerancia contra
las posibilidades de vivir con una cierta dignidad.
Gran parte de los problemas económicos
que ahora atraviesa el capitalismo catalán y español tienen su origen en
el choque que supuso para la estructura productiva, desarrollada bajo
el franquismo, la exposición a la competencia internacional, muy
intensificada por la globalización4. La globalización, de la
mano de la integración económica y del euro, se llevó gran parte de la
producción. Durante los 90 la economía española dependía de capital
extranjero, que se deslocalizó a otros territorios como Europa del Este,
Asia o África. Dejamos de ser la industria de mano de obra barata de
Europa para pasar a ser la demanda importadora, mantenida a base de
crédito, para sectores especializados de la industria y servicios de
alta tecnología de países exportadores.
La crisis, intrínseca y recurrente, se
expresa en la devaluación de la producción, en la purga y concentración
de capitales y en la búsqueda de toda serie de ventajas para volver a
encender la acumulación. Es una nivelación a la baja de la producción
hasta equilibrar la rentabilidad de la inversión. Nos encontramos al
principio de un largo camino de derrumbe. Mientras los economistas
neoliberales nos intentan convencer de que no hay dinero, el problema es
que hay demasiado volumen de capital atesorado y las ganancias no son
suficientes.
El rescate de los poderosos
La gestión de la crisis en las finanzas, a
golpe de deuda y recortes y concentración en el sector bancario, se ha
hecho de tal manera que los riesgos de la banca no se solucionan: se
aplazan para más adelante y se hacen más peligrosos. Bankia es un buen
ejemplo. El gobierno español, bajo la excusa de evitar que se pierdan
los ahorros de la población, se compromete a salvar la banca de todas
las pérdidas de la aventura financiera e inmobiliaria. Pero el valor que
las entidades tienen anotado en sus balances es irreal y la insolvencia
y los impagos quedaron en evidencia.
Retrasar la bancarrota significa sumar
pérdidas. Cuando hay que hacer frente a las mismas, los responsables del
desbarajuste financiero no tienen ningún miramiento a la hora de
hacérselo pagar a las clases populares, destruyendo sus ahorros. Pero el
intento de salvar los ahorros está suponiendo un destrozo económico y
un empobrecimiento innecesario. Los 100.000 millones de euros se
destinan directamente a la banca privada española pero repercuten en las
exigencias de recortes draconianos. La asistencia externa conlleva
seguir los dictados de la Troika, recogidos en el Memorandum de la
condicionalidad del rescate de julio de 2012. Los últimos recortes de
Rajoy dejan claro que no se trata del “rescate suave” del que había
hablado. Con las medidas, se pretende reducir el déficit público en
65.000 millones de euros en dos años y medio. Es una magnitud muy
elevada: el 14% del gasto público total del 2011 –el 19% sin tener en
cuenta la Seguridad Social.
Los problemas más inmediatos de la
financiación de las administraciones públicas se podrían resolver con
operaciones financieras que no sean nocivas para la sociedad
(financiación del BCE, emisión de eurobonos, etc.). Sería necesaria una
reforma fiscal profunda y una reactivación de las rentas, pero no hay
una solución a la vista para la actividad económica. Y la austeridad
empeora los daños.
Los mecanismos financieros implementados
por la Unión Europea no están diseñados para mejorar los desequilibrios
de las economías periféricas, sino para forzar un flujo de recursos de
las arcas públicas de la periferia europea hacia los bancos de Reino
Unido, Alemania y Francia, principales acreedores externos de su deuda
pública y privada. El informe de la Comisión Europea, conjuntamente con
el BCE, la Autoridad Bancaria Europea y el FMI, de evaluación
independiente sobre las condiciones de elegibilidad del rescate
solicitado por el Estado español, así lo recoge5. “La
situación del sector bancario español conlleva riesgos potenciales para
el resto de la UE y en particular para los países de la zona euro”,
debido al impacto directo que tiene en los bancos de Reino Unido,
Alemania y Francia, que tienen una “gran exposición a activos del sector
bancario español”.
La OIT alerta de los peligros de la
“trampa de la austeridad”. Con la priorización del retorno de la deuda y
los recortes de gasto público, la actividad económica se ve aún más
debilitada y el paro se convierte en estructural. Las medidas
económicas, pues, ofrecen unos beneficios inmediatos a las finanzas,
pero empeoran el problema básico, el de la economía real. “La acción de
la burguesía está cada vez más movida exclusivamente por la voluntad de
preservar la dominación de clase”6.
Nos podríamos plantear si otra política
económica, como las políticas de gasto y la modulación del
comportamiento de las empresas mediante la regulación, podría impedir
una recesión tan drástica y reactivar los mecanismos de inversión. Pero
la realidad es que no se puede percibir ninguna medida capaz de
restablecer la tasa de ganancia. Para salir de las crisis, el
capitalismo destruye las fuerzas económicas. Ni la demanda ni las
infraestructuras ejercerán un impulso económico suficiente mientras no
se hayan purgado los “excesos”, no de las familias, sino del sector
inmobiliario en nuestro país y de la sobreproducción mundial. Según la
OIT, “la cantidad de dinero sin invertir en las cuentas de las grandes
empresas ha alcanzado niveles sin precedentes”7. En el contexto mundial, las tensiones competitivas son muy fuertes y los signos de sobreproducción bastante evidentes.
Más que en ningún otro lugar, en las
economías periféricas de Europa, el desmantelamiento de la actividad
económica, la expulsión de la fuerza de trabajo y el recorte de los
servicios públicos son masivos y desproporcionados. La receta es la
“devaluación interna”: reducir los salarios para hacer más atractiva la
producción aquí y supuestamente acelerar las exportaciones.
En España los salarios son ya un 6% inferiores a los del 20108.
Desde esta perspectiva, el motor económico deberían ser empresas
conectadas con cadenas de producción transnacional, que no contarán con
la estructura productiva local, o bien lo harán de manera que las
ganancias se acaben también exportando mientras empobrece la población.
Es el neoliberalismo a ultranza, como el proyecto del EuroVegas, donde
las condiciones laborales y cualquier otro tipo de regulación se modulan
según los deseos de los empresarios.
Se nos dice que aplican las medidas de
Alemania, pero en realidad son las de América Latina. Con un saldo
comercial tan deficitario, nuestro encaje en el capitalismo mundial es
complicado. Exportar no es una solución cuando nuestros sectores
exportadores son escasos y desarrollar la estructura industrial para
redirigirse a otros mercados es una tarea que no se puede hacer a corto
plazo y menos con una política de reducción de salarios. De hecho, los
costes salariales no son un factor que nos permita competir con las
economías exportadoras, ya que en otros lugares la producción seguirá
siendo mucho más barata, o bien la tecnología mucho más productiva.
Además, los mercados están muy debilitados. Alemania está llevando a
cabo una expansión salarial para desviar las exportaciones hacia la
demanda interna, dado el colapso de la demanda.
Dentro del Euro, siguiendo los mandatos
del libre mercado y de la austeridad, los problemas económicos de aquí
no se corregirán. No se podrá desarrollar una estructura productiva
diferente, que incluya a la población, con la fuerza de trabajo y la
demanda interna, como motor económico. La Unión Europea, con el conjunto
de medidas de ayuda financiera y de unificación fiscal y bancaria, está
generalizando, intensificando y perpetuando la austeridad a costa de
perder la poca democracia que teníamos.
La naturaleza de las instituciones
europeas es puramente capitalista, son un proyecto del capital, para
construir entornos más favorables a la obtención de beneficios por el
capital europeo. Pero fuera del euro o de la Unión Europea tampoco
parece estar la solución a la crisis. Las instituciones sociales
catalanas y españolas están siendo tanto o más favorables al capital que
las europeas, y las relaciones comerciales y financieras seguirían
siendo igual de complicadas.
La cuestión es buscar soluciones a la
crisis fuera del capitalismo: romper con la austeridad y hacer unas
medidas económicas que permitan mejorar el bienestar de la población y
avanzar hacia una organización diferente de la actividad económica,
donde el objetivo de la producción no sean los beneficios sino
satisfacer las necesidades de la sociedad. El escenario para hacerlo,
dentro o fuera del euro, aún está por construir.
Nosotras y nosotros tenemos la fuerza
Aquí y ahora, las clases populares
tenemos muy poca capacidad de incidir en las decisiones que toman los de
arriba. La intoxicación de la opinión pública general con discurso
oficial, que repite el mantra de la austeridad, no ha llevado a un apoyo
incondicional hacia las políticas neoliberales pero sí a una confusión
paralizante: después del mal trago de los recortes y el paro nos espera
la mejora de la situación económica y laboral.
Nadie nos dice que, si no lo evitamos,
después de los recortes y las reformas laborales nos espera más de lo
mismo, en una recesión que durará muchos años. Las políticas
neoliberales no reducen el déficit público, ni crean puestos de trabajo
ni reactivan la inversión. Pero sí hacen saltar por los aires las
estructuras de protección social y laboral que hemos mantenido en pie.
Las reformas de las pensiones y de la
legislación laboral han sido salvajes, y ahora las desplegarán con
inmediatez y hasta las últimas consecuencias. Y añaden recortes por
todas partes, con graves efectos en áreas especialmente sensibles: la
prestación de desempleo, la atención a la salud de la población
inmigrada, el copago de los medicamentos, etc. Sube el IVA, se rebajan
las cotizaciones y se recorta a la función pública. El impacto sobre las
condiciones de vida de la clase trabajadora es devastador y se suma al
deterioro que hemos venido experimentando anteriormente.
Los recortes draconianos en educación,
sanidad y prestaciones que impondrá la nueva situación de intervención
harán que la pérdida de derechos sociales se sitúe en un nivel muy
superior al que tenemos hasta ahora. Si no lo detenemos, estamos a las
puertas del fin de la sanidad universal, de la educación pública y de la
protección del paro. Y todo ello afectará muy duramente a la esperanza
de vida, el nivel educativo y la pobreza. El rescate de los poderosos
está comportando unas consecuencias sociales peores que el advenimiento
de una catástrofe. Los recursos más básicos que necesitamos, la
convivencia del día a día, están amenazados. Es probable que la
respuesta social crezca.
Las posibilidades de que se impulse un
cambio de estrategia dentro de las instituciones son reducidas. La
mayoría absoluta de la derecha en los gobiernos catalán y español, que
aplaude y sonríe a los recortes, la falta de una opción parlamentaria
que desafíe los mandatos neoliberales, hacen que el terreno de la
política institucional esté condenado a seguir decantándose por la
defensa de los intereses del capital. La reciente política represiva, de
encarcelamiento y balas de goma, es una muestra de las respuestas del
poder ante las protestas.
El sindicalismo institucional ha
demostrado que tampoco es un instrumento válido para impulsar una
ruptura con el neoliberalismo, porque CCOO y UGT llevan mucho tiempo
abrazando la gestión antiobrera del capitalismo y la crisis. En febrero
de 2011 formaron parte del Acuerdo Social y Económico, que retrasó la
edad de jubilación y recortó las pensiones, y en enero de este mismo
año, dos meses antes de la huelga general del 29 de marzo, firmaron con
la patronal el II Acuerdo para el empleo y la negociación colectiva, que
permite que los empresarios se salten las condiciones laborales
pactadas en los convenios, entre otras cuestiones Estos dos elementos
han supuesto una enorme pérdida de los derechos más básicos de la clase
trabajadora. Por omisión, la incapacidad del sindicalismo institucional
para llevar a cabo respuestas contundentes se explica por su falta de
combatividad, después de tres décadas dedicadas a la concertación de las
políticas laborales neoliberales.
Más allá de todo esto, los movimientos
sociales no se detienen y las grandes olas de movilizaciones (huelga
general, 15-M, marchas mineras, etc.) cada vez son más frecuentes. El
capitalismo en crisis ya está afectando a todos, atacando diferentes
aspectos de la vida de las personas. Se desvanece la ilusión de
conciliar los problemas sociales con el mantenimiento de una estructura
social opresora.
Todas las protestas (laborales, en
defensa de la sanidad y la educación, contra desahucios, estafas
bancarias, por el territorio, etc.) se expresan como una auténtica lucha
de clases. Con muchos esfuerzos y pocos resultados visibles, las luchas
siguen adelante, y lo hacen dentro de un marco de movilizaciones por
todas partes que van haciendo que los pueblos del mundo vayamos sumando
fuerza. Nos toca explorar nuestra capacidad de desafiar un sistema que
se impone desde arriba, pero se sostiene desde abajo, porque nosotros
trabajamos y pagamos las facturas.
Notas
1. “Barómetro social de España”, Colectivo IOÉ.
2. “Bankia: quan l’arbre no ens deixa veure el bosc”, Gordillo, I., La Directa.
3. “Les llavors de la crisi”, Ferrer, F., Gordillo, I. i Gràcia, X., Quaderns d’Illacrua, La Directa.
4. “Boom and (deep) crisis in the Spanish economy: the role of the EU in its evolution”, Etxezarreta, M., Navarro, F., Ribera, R. i Soldevila, V.
5. “La UE reconoce que el rescate de la banca se forzó para evitar el contagio”, Cinco Días, 13/7/2012.
6. La lucha de clases en Europa y las raíces de la crisis económica mundial”, Chesnais, F., Revista Herramienta.
7. “El trabajo en el mundo 2012”, OIT.
8. “El sur de Europa registra ya una devaluación vía sueldos”, El País, 14/5/2012.
2. “Bankia: quan l’arbre no ens deixa veure el bosc”, Gordillo, I., La Directa.
3. “Les llavors de la crisi”, Ferrer, F., Gordillo, I. i Gràcia, X., Quaderns d’Illacrua, La Directa.
4. “Boom and (deep) crisis in the Spanish economy: the role of the EU in its evolution”, Etxezarreta, M., Navarro, F., Ribera, R. i Soldevila, V.
5. “La UE reconoce que el rescate de la banca se forzó para evitar el contagio”, Cinco Días, 13/7/2012.
6. La lucha de clases en Europa y las raíces de la crisis económica mundial”, Chesnais, F., Revista Herramienta.
7. “El trabajo en el mundo 2012”, OIT.
8. “El sur de Europa registra ya una devaluación vía sueldos”, El País, 14/5/2012.
Elena Idoate
La Hiedra
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