Sólo los Estados pueden declarar la guerra. Y sólo a los Estados se les puede declarar la guerra. Éste es un principio básico del Derecho internacional moderno, cuyo punto de partida se suele fijar en la Paz de Westfalia, firmada en 1648.
En los últimos tiempos, sin embargo, la realidad de los acontecimientos nos demuestra que esta regla ha sido sistemáticamente incumplida. Los ataques terroristas del 11 de septiembre sirvieron como punto de inflexión para pasar de la “guerra moderna” a la “guerra global” y permitieron rescatar nociones que se creían ampliamente superadas, como el concepto de “guerra justa” o incluso la justificación del uso de la tortura para obtener confesiones que puedan ser usadas en un juicio; todo ello en aras de nuestra supuesta seguridad.
Los resultados del uso de estas nuevas prácticas, no obstante, son completamente incoherentes con los objetivos que se usan para justificarlas. No cabe duda de que quienes organizaron los atentados contra el World Trade Center o quienes lanzan cohetes indiscriminadamente desde la franja de Gaza a la población israelí deben ser castigados; pero no así.
Un terrorista es un criminal contra el cual debe dirigirse una acción policial seguida de un procedimiento penal con todas sus garantías. Ni más ni menos. Pero nunca un grupo terrorista puede ser calificado de sujeto beligerante. Nunca se puede declarar la guerra a un grupo terrorista, porque ello supone tanto como elevarlo a la categoría de Estado beligerante y convertir lo que no es más (ni menos) que un cruel atentado en un primer acto de guerra santa. De paso se fomenta que millones de personas perciban a quien no es más que un criminal, como Bin Laden, como todo un líder político y una referencia a seguir.
¿Acaso los supuestamente brillantes analistas militares del Pentágono desconocen estos contraproducentes efectos? Evidentemente que no. Evidentemente saben que la llamada guerra contra el terrorismo (y contra toda delincuencia) es más eficaz cuanto más asimétrica sea, pero les interesa crear enemigos que estén a su altura, al menos en el imaginario colectivo.
Es claro entonces que lo que se persigue con este nuevo modelo de “guerras globales” no es detener y juzgar a los presuntos responsables de acciones criminales; sino asegurar el control político-militar de ciertas zonas estratégicas. Resulta paradójico que dos de los Estados que con más frecuencia alegan ser blanco de la violencia terrorista, Estados Unidos e Israel, sean precisamente los dos Estados que con más vehemencia se oponen a firmar el Estatuto de la Corte Penal Internacional. Ellos podrían elegir: actuar según el Derecho o actuar según la violencia. Y eligen la violencia, esa misma violencia que con tanta hipocresía critican.
Estos días estamos asistiendo a los efectos que esa violencia está generando en la franja de Gaza; efectos que son todavía más crueles cuando su responsable es un Estado que ha firmado algunas convenciones sobre derechos humanos tan importantes como la de Ginebra de 1949, la de La Haya de 1954 o la Convención de los Derechos del Niño de 1989.
Los ataques militares que está realizando el ejército israelí no sólo son incompatibles con estas convenciones; sino con el mismo concepto de Derecho, con los principios más básicos del Derecho penal, como son la subjetividad y la proporcionalidad de la pena. La guerra nunca puede ser un castigo apropiado contra un grupo terrorista, porque no castiga únicamente al responsable de la acción que se pretende punir, sino que extiende sus dramáticas consecuencias entre toda la población. ¿Qué culpa podrían tener los cientos de niños muertos en Gaza por los cohetes que algunos miembros de Hamas hayan podido lanzar?
La sociedad civil mundial que está naciendo tiene que ser consciente de estas aberraciones y actuar responsablemente en consecuencia. Debemos reivindicar el fortalecimiento del Derecho internacional con la misma fuerza con la que abogamos por el fin de la salvaje economía capitalista o por el control democrático de los mercados financieros.
En un mundo global somos conscientes de que sólo el azar caprichoso del nacimiento nos separa de todos aquellos que sufren en cualquier rincón del planeta. Es por eso que no podemos dejar de estar implicados con el surgimiento de iniciativas planetarias, como las concentraciones ciudadanas simultáneas o la recogida de firmas a escala global, como la que realiza AVAAZ.org. Si reivindicamos con fuerza el papel del Derecho internacional, la paz dejará de ser un mero objetivo a conseguir para convertirse en la consecuencia necesaria de un mundo justo.
Jose A. García Saez - Attac País Valencià
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