Estoy explicando a mis alumnos el momento en el que surgen las ciencias y
se desplaza a la filosofía declarándose incluso su muerte o
desaparición. A la par un debate en las redes sociales sobre la ciencia
en la que una amiga señalaba el carácter dogmático de la ciencia y la
identificaba con la religión a la que la propia ciencia pretendía
criticar me ha llevado, de nuevo, a reflexionar sobre el cientificismo.
Pues bien, esta corriente de pensamiento, que pretende ser filosófica y,
declarar, a la vez, que la filosofía ha cumplido su cometido y debe
desaparecer y que cualquier otro discurso sobre la realidad no tiene
sentido y que declara la primacía absoluta de la ciencia, no es ni
ciencia, ni filosofía. Es una creencia ideológica infundada. Una
creencia que se transforma en religión secular en manos del poder.
Y,
curiosamente, el positivismo científico del XIX y el neopositivismo
lógico del XX, que son los que han defendido esta posición se nos han
colado en la política actual. Y esto es importante porque contamos con
un discurso ideológico, de carácter religioso, aunque secular, que
seduce al ciudadano y lo deja sin capacidad de pensar ni de ejercer la
crítica. Se convierte, como todo dogmatismo, en una forma de control por
parte del poder. Y es curioso que, el neopositivismo, aun pareciendo
que estaba muerto y enterrado, el que le dio la estocada fue Popper y el
que lo enterró fue Kuhn, pues está vivito y coleando. Lo que ocurre es
que no aparece con este nombre. La religión de la ciencia, o la
tecnofilia, o el digitalismo que dicen algunos, han abarcado todos los
ámbitos de nuestra vida, porque ya no hablamos de ciencia, sino de
tecnociencia, e inunda todas nuestras actividades. Esto hace que la
tecnociencia, como el propio discurso que la sostiene, sean
omnipresentes y su aceptación se viva como una evidencia; es decir, como
una creencia. Porque lo característico de las creencias es que en las
creencias se está, como decía Ortega, mientras que las ideas se tienen. Y
en la medida en la que se está no se tiene la capacidad de salir fuera,
de mirar con perspectiva para poder ejercer la crítica. Pues bien, este
hecho que ha convertido la ciencia en creencia para el pueblo y que el
poder utiliza como instrumento de domesticación sirve y actúa en todos
los ámbitos de la vida. Pero, como botón de muestra, y para que se vea
el alcance de ello, me voy a fijar sólo en el orden económico
establecido.
El orden económico vigente, el que defienden a capa y
espada todos los partidos con capacidad de gobierno es el que se ha
dado en llamar neoliberal. Es el capitalismo sin bridas, salvaje y
desbocado. Este capitalismo está basado en una forma de entender la
economía que se fue construyendo desde los años cincuenta hasta que
comenzó a aplicarse al final de los setenta y principio de los ochenta y
cobra su mayor fuerza con la caída del muro de Berlín, porque ello
representó, lo que no es real, la caída de la alternativa al
capitalismo.
Pues bien, esto fue el paso que convirtió a la
economía liberal en una religión. Se empezó a considerar que no había
ningún discurso económico alternativo. La enseñanza de la economía en
las universidades siguió esta dogmática de tal manera que no se enseñaba
ni había la capacidad de aprender otro tipo de teorías económicas que
cuestionasen la ortodoxia. Fue una conversión de la economía en teología
dogmática. Por eso el economista Stiglitz habla del catecismo
neoliberal cuando se refiere a las medidas que el neoliberalismo dicta a
los estados para, supuestamente, salir de las crisis y crecer. Y esta
teología dogmática se transforma en religión secular en manos del
político cuando aplica dichas medidas. Y es en este momento en el que el
ciudadano queda reducido al conjunto de creencias dogmáticas de esta
nueva religión.
El neoliberalismo reduce la sociedad a la
economía, sólo existen los valores económicos, las personas son en tanto
que son sujetos económicos, mercancías, con lo que dejan de ser sujetos
y se convierten en objetos. Y es curioso como el nuevo Papa lo dice “la
sociedad del mercado nos está robando la dignidad”; es decir, que
estamos dejando de ser personas para ser tratados como objetos
intercambiables. En definitiva, lo que decía Marx, el capitalismo reduce
las relaciones humanas a relaciones de producción, es decir, de
trabajo, por tanto aliena, es decir, elimina la dignidad. Me da igual
quien lo diga, ni voy a clasificar, lo que sí voy a decir y mantengo es
que es una descripción veraz de lo que está ocurriendo hoy en día. La
religión secular de la ciencia económica en manos del poder económico y
político nos promete la redención: las desigualdades desaparecerán por
la mano invisible del mercado. (No sabemos cómo, porque lo que vemos es
todo lo contrario, pero es que es lo que ha ocurrido a lo largo de toda
la historia, una lucha de clases entre ricos y pobres y resulta que la
van ganando los primeros.) No hay redención, ni paraíso, es una nueva
utopía que nos promete el cielo pero nos trae el infierno. El problema
es que los ciudadanos están inmersos en esta creencia y la viven
religiosamente. Creen que habrá una salida de la crisis por las medidas
de austeridad que enriquecen a los más ricos, aceptan, acríticamente,
que han vivido por encima de sus posibilidades, cuando son los bancos y
la especulación financiera quien ha producido la crisis y quienes han
creado un mundo por encima de las posibilidades del propio mundo. Creen
que el crecimiento económico es la solución, cuando el crecimiento
económico es el motor del capitalismo y el origen de todos los males y
del problema central que es el problema ecosocial. Pensar que se puede
crecer ilimitadamente en un planeta finito es una locura, como decía un
economista lúcido: eso sólo lo puede pensar un loco o un economista. El
capitalismo ha rodeado al ciudadano de objetos y lo ha impulsado a un
frenesí de consumo que no es más que un sucedáneo de felicidad. El
consumo se ha convertido en un acto de redención. Claro, el consumo es
lo que interesa al capitalismo. Pero esto es insostenible y es la raíz y
el fondo de la crisis.
Y, por último, el poder ha reducido
al hombre a mera economía. Incluso el sistema de educación es un sistema
de crear mercancía intercambiable. El plan Bolonia nos hablaba de que
el objetivo de la enseñanza era la adaptabilidad al mundo cambiante en
el que vivimos. La LOMCE, en España, nos lo dice mucho más claro, el
objetivo de la educación es la empleabilidad. Es decir, se trata de
producir mano de obra, mercancía en el mercado laboral. Nada de
ciudadanos, ni de cultura, ni de ciencia, ni, mucho menos, de personas.
La persona es un ser libre y autónomo, por tanto un enemigo del poder.
La religión fabrica clones, el pensamiento da lugar a la diversidad. De
lo que se trata es de educar a personas. A ciudadanos, no vasallos, que
sean capaces de pensar este mundo y si lo creen necesario, mejorarlo.
Pero para ello hay que salir de la religión secular en la que vivimos y
entrar en el mundo de las ideas. La economía ha secuestrado el ágora y
la razón. Es hora de recuperarla, pero para ello es necesario ser
consciente de nuestro estado de alienación, de falta de dignidad, de
domesticación y de vasallaje. En fin, creo que con esto se demuestra que
el exceso de ciencia nos lleva a un dogmatismo religioso secular que
tiene como dogma fundamental el de que el único discurso con sentido es
el científico. Y, a partir de aquí, cuando este mensaje entra en la
praxis política, pues caemos en el fanatismo mesiánico y en la
violencia.
Juan Pedro Viñuela Rodríguez
Rebelión
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