jueves, 17 de abril de 2008

El mercado de los alimentos

Los alimentos suben de acuerdo a diversas causas argüidas por todos, pero además existen fuerzas que hacen que el precio suba y suba sin que el mercado, sacrosanto órgano de regulación social, sea capaz de controlarlo.

Vemos con sorpresa cómo el precio de los alimentos crece día a día. Entre las causas que se arguyen está el cambio climático por la reducción de las cosechas y pastos, al crecimiento de la población, al aumento del precio del petróleo o, incluso, el empleo de algunos alimentos (maíz, trigo) como materia prima para la conversión a biocarburantes. Todo ello hace que los precios aumenten, a escala mundial y se reduzca el acceso de los más pobres generándose lógicas tensiones. Además, escuchamos en estos días cómo un posible complot, conspiración o contubernio entre las grandes compañías de alimentación ha hecho subir más aún los precios.

En el pasado reciente han existido varios pactos de subida de precios: en las compañías de telefonía, en las compañías aéreas, etc, parecen formar parte de una evolución de esta sociedad postcontemporánea y comunicada. En un tiempo donde también a nivel planetario la ley, la política, la sociedad va desapareciendo y adelgazando hasta conformar “una clase rica cada vez más rica, una pobre cada vez más pobre y hambrienta y una media cada vez más incómoda”, el mercado se convierte en absoluto dirigente de las vidas. El mercado con su autorregulación y con su “benevolencia egoísta” es el summun de todo lo bueno y lo justo pero sin embargo se ven sus “errores” no del todo involuntarios. Vivimos en un periodo de Agflación, la subida del precio de los productos alimenticios que tiene todas estas características perversas añadidas al concepto de inflación.

De buenas a primeras este mercado que nos obliga a trabajar barato, a comprar caro, a soportar tal o cual programa de televisión o producto en los estantes, hace trampa: ya sea pidiendo ayudas y regulación estatal cuando hace diez minutos antes pedía “menos estado y más mercado”; y hablo del sector de la construcción e inmobiliario, o, como ahora, que simplemente se salta la sacrosanta ley del mercado a la torera y presuntamente pactan precios para sustraernos nuestros bien ganados euros.

Lo triste de todo esto es que el mercado, lo que habría de ser el regulador “justo” de la economía y, derivado de esto, de la totalidad de la sociedad se convierte en el “todo vale” agrediendo a los ciudadanos que ven como los productos más básicos se hacen casi inasequibles y, al tiempo, como los productores, agricultores, ganaderos, etc, tienen un margen cada vez menor y de más riesgo. Al final el ideal liberal de Locke o de Von Mises se convierte en cenáculos y lobbies que castigan el hígado de nuestro bolsillo y, al tiempo, rasuran a los productores con rappeles de descuento cada vez mayores. Es decir se convierte de una economía de mercado en una economía de mediadores, con beneficios de tres dígitos porcentuales, que acosan a los que menos pueden defenderse. Es la pura especulación que llega desde la intermediación más primaria hasta la culminación de la economía financiera especulativa. Esto es lo que critica y deseaba gravar la Tasa Tobin.

Ésta es la situación que vivimos, por desgracia no sólo en España, aunque el descubrimiento del enjuague si es español. Se multiplican las quejas y las huelgas y al ciudadano de a pie, a ese que una vez pasada las elecciones sólo es una estadística, si alguna vez fue algo más nos queda un resabio triste y sucio: juegan con nosotros y luego nos dices que nos creamos en “el sistema” que nos va a dar la felicidad. Una felicidad con poca proteína y un horizonte de hambre en el tercer mundo y conflictividad.

John Joseph Kenneth Bonham


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