Uno de los factores
determinantes de la actual crisis es la desigualdad económica que creció
en el mundo en las últimas cuatro décadas. El estancamiento en los
salarios condujo al endeudamiento insostenible de los hogares para
mantener el nivel de consumo. Así y con burbujas especulativas se
sostuvo la demanda agregada y el proceso de acumulación de capital. Pero
esa modalidad de crecimiento económico se acompañó de una inestabilidad
creciente en las principales economías capitalistas.
En vista de lo anterior, una pregunta clave concierne las causas de
ese aumento de la desigualdad. En el medio académico convencional se ha
pretendido encontrar en el cambio tecnológico la causa de esta
desigualdad creciente. Esta explicación dice que las innovaciones
introducidas en las últimas décadas reemplazaron el trabajo poco
calificado con máquinas. Esto tuvo un doble efecto. Desvalorizó el
trabajo poco calificado y redujo las oportunidades de empleo de esos
trabajadores en la escala inferior de remuneraciones. Por otra parte, se
incrementó la recompensa de aquéllos trabajadores de mayor
calificación. Así, como los trabajadores menos calificados no pueden
adquirir la capacidad técnica de manera rápida y, además, hay menos
oportunidades de empleo en los niveles superiores de la escala, el
cambio tecnológico transformó la escala de salarios y promovió la
desigualdad en los últimos decenios.
Esta narrativa le sienta bien a la ideología neoliberal. La
desigualdad sería un efecto colateral o accidental de las
transformaciones en la base productiva de las sociedades. No sería la
política económica perversa la que está en el origen del problema, sino
un proceso natural de cambio técnico. En otras palabras, estamos frente a
una explicación políticamente neutra, muy lejos de temas escabrosos
como la ofensiva en contra de los sindicatos que ha dominado la política
social y económica desde hace décadas.
Esta explicación sobre los orígenes de la desigualdad se encuentra en
muchas investigaciones, tanto del mundo académico, como de
organizaciones promotoras del neoliberalismo. Por ejemplo, la OCDE
realizó una investigación en la que se concluye que el ‘progreso’
tecnológico trajo mayores recompensas para los trabajadores más
calificados que para los menos preparados. Según la OCDE el proceso de
innovaciones afectó la estructura de los salarios entre los
trabajadores. O para decirlo de otro modo, la principal conclusión de la
OCDE es que el cambio técnico afectó la desigualdad entre trabajadores.
El tema de la distribución funcional del ingreso, es decir,
entre trabajadores y capitalistas, es tocado sólo tangencialmente en
este tipo de estudios. Eso es realmente sorprendente si se considera que
la participación de los salarios en el ingreso nacional ha sufrido una
reducción significativa en las últimas décadas. Pero ese tema está
cargado de implicaciones políticas y para los economistas neoclásicos es
mejor dejarlo de lado.
Recurrir a la tecnología para explicar la desigualdad al interior de
la clase trabajadora permite eludir el tema del impacto de la política
macroeconómica sobre la distribución del ingreso. Así se evita hablar
sobre cómo la prioridad de la ‘estabilidad de precios’ (lucha contra la
inflación) se ha traducido en una postura de contracción fiscal y
estancamiento.
Quizás el elemento de política macroeconómica que más impacto ha
tenido sobre la mala distribución del ingreso es el de la política de
ingresos. La represión salarial ha sido una pieza clave para contener la
demanda agregada y frenar así lo que el capital financiero considera la
amenaza de la inflación. Sin embargo, los estudios como el de la OCDE
no contienen una discusión seria sobre este tema. No debiera
sorprendernos: para la OCDE o el Banco Mundial la política
macroeconómica y sus instrumentos no debe estar nunca a debate. Esto
permite relegar a un segundo plano el análisis de la distribución del
ingreso entre la clase capitalista y los trabajadores.
Los estudios que encuentran en el cambio técnico la principal
explicación de la desigualdad adolecen de muchos defectos. En su versión
más extrema (como en los trabajos de Daron Acemoglu, se pretende
encontrar un proceso de cambio técnico dirigido. Hace décadas fue
abandonada la pretensión de explicar el cambio técnico a través de
variaciones en los precios relativos por falta de bases teóricas. Hoy
vuelve a renacer ese proyecto, olvidando las viejas críticas, para
explicar la desigualdad como resultado de un proyecto políticamente
neutral.
Si la tecnología está relacionada con la historia de la desigualdad,
debemos entonces volver la mirada hacia Marx. El capitalismo está
marcado por una tendencia constante a aumentar la productividad. Es el
hambre de plusvalía lo que impulsa al capitalismo a estar innovando
constantemente. Y eso no sólo tiene un impacto sobre la desigualdad y la
distribución funcional del ingreso. También tiene profundas
consecuencias macroeconómicas que están en la raíz de la actual crisis
global.
Alejandro Nadal
La Jornada
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